Tres respuestas inesperadas (I)

A veces olvidamos que cada persona es un mundo, y cosas que damos por supuestas son vividas por los demás de forma totalmente diferente. Como resultado, seguro que todos, en algún momento, nos hemos visto sorprendidos por las respuestas que a veces hemos recibido.
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Si esto es válido para los adultos, aún se acentúa más cuando se trata de niños. Aquellos que conviven o trabajan con ellos saben hasta qué punto sus mentes procesan de un modo totalmente personal la información que reciben:
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Hace años me tocó ejercer de catequista con un grupo de niños que empezaban a prepararse para hacer la Primera Comunión. Una de las niñas, de habitual muy alegre y participativa, estaba ese día sería y en silencio, como enfadada y triste. Por más que le pregunté si le ocurría algo, ella apretaba el morro y casi-casi se le escapaba una lágrima.
En aquella ocasión, la catequesis trataba sobre la infancia de Jesús y cómo crecía “en sabiduría, en estatura y gracia ante Dios y ante los hombres”.
Cuando la niña oyó que Jesús había sido niño como ellos, se le iluminó el rostro y preguntó inocentemente: “Entonces, ¿Jesús también tuvo que usar gafas?

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Quedó clarísimo cuál era el “problema” que ocupaba la mente de la niña en aquel momento.

Tres respuestas inesperadas (II)

La pasada semana preparaba con todos los niños de la parroquia su participación en la Primera Comunión.
Después de enseñarles cómo recibir la comunión, quise hacer hincapié (como hago en todas las “Misas con niños”) en lo importante que es aprovechar ese momento en que se acaba de recibir a Jesús para dar gracias y rezar a Dios por nosotros, por nuestra familia y amigos, por los más necesitados y por todos los hombres.
Para centrar el tema, les pregunté: “A ver, ¿qué es lo que hacen los mayores después de recibir la comunión?”
Uno de los muchachos levantó rápidamente la mano y respondió gritando: “Irse a tomar el vermouth.
La carcajada de los padres fue unánime.
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La madre del chaval, aunque no podía aguantarse la risa, parecía bastante avergonzada. Tuve que recordar a todos que si el niño había respondido con esa asociación de ideas, es porque estaba acostumbrado a asistir con sus padres a misa y después celebrarlo en el bar tomando algún aperitivo. Otros niños, que eran mandados por sus padres a misa pero que no eran acompañados por ellos, seguro que no hubieran relacionado una cosa con la otra. (Ante este comentario, fueron otros los padres que se mostraron un poco incómodos.)

Tres respuestas inesperadas (III)

Recientemente, una vecina de mi calle se ha quedado viuda.
La mujer rondará los 70 años, camina con mucha dificultad y su inteligencia ha sido siempre bastante limitada. La vida le ha dado muchos palos, lo que la ha convertido en extremadamente desconfiada con todo el mundo.
Su marido, que era quien realmente llevaba esa casa, ha fallecido en circunstancias bastante trágicas, y aunque hay vecinos que están tratando de acercarse y ayudar, lo cierto es que, desde una opción personal, su relación con casi todos ellos se reduce a la mínima expresión.
Hoy la he visto de lejos llegando a su portal, empujando un carro de compra lleno. Vive en un primer piso, así que me he apresurado a acercarme para subirle el carro. Al tiempo que llegaba hasta ella, otra vecina de la casa salía del portal y los tres nos hemos saludado a la vez.
La viuda me ha dicho directamente: “Ya sé por qué viene.”
Como parecían evidentes mis intenciones, para mantener la conversación, le he preguntado sonriendo: “¿Por qué?”
Y ella ha contestado: “Porque aún no le he pagado el funeral de mi marido.
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En un principio he pensado que me estaba gastando una broma y casi me echo a reír, pero por su expresión en los ojos, era evidente que me estaba hablando totalmente en serio. Y su frase me ha hecho mucho daño:
- Me ha dolido por las malas experiencias que esa pobre mujer habrá tenido con la Iglesia, y más concretamente con los curas, para pensar que somos así. (No digo que los curas se hayan portado mal con ella, cosa que ignoro, pero queda claro el concepto que tiene de nosotros.)
- Me ha dolido también porque esa forma de pensar así de mí es, en parte, culpa de que yo no he compartido con ella el tiempo suficiente como para que pueda conocerme mejor. (El Señor nos envió sobre todo a las ovejas más necesitadas, pero a veces nosotros…)
- Y me ha dolido sobre todo por ella. Debe ser difícil el día a día cuando se desconfía sistemáticamente de los demás, malinterpretando sus gestos de afecto como actos interesados.
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Qué duro tiene que ser afrontar la vida, y más los años difíciles de la ancianidad (con su progresiva limitación física y mental), sintiendo que el otro no es un compañero de camino con quien compartir jornada, sino alguien que tiene sus propios intereses, que a veces chocan con los tuyos, y a quien es mejor tenerlo a una distancia prudente. .
Por más que le he insistido, no ha permitido que le ayudase a subir el carro hasta su casa. (Ha preferido que la compra se la subiera su vecina, sacando las bolsas del carro y haciendo varios viajes, pues la señora tampoco era joven.)
Estoy convencido de que su reacción conmigo no ha sido de rechazo al cura, sino de distanciamiento con un vecino cuyo afecto y relación sólo puede traer consigo complicaciones y sufrimiento. Me temo que en el fondo ella es consciente de que su autonomía es cada vez más limitada y, ante la perspectiva de vivir en una residencia, trata por todos los medios de manifestarse como autosuficiente ante quienes considera “con cierto poder decisorio”.
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Lo he comentado con varios vecinos y feligreses, y sé que esta noche (y otras muchas) mi vecina estará presente en la oración de mucha gente de buena voluntad.
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Como he dicho al principio, ya sean niños como ancianos, cada persona es un mundo.
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¡La paz contigo!

Blog amigable (I)

Nuevamente el colombiano Daniel Mora, desde Puerto Rico, se ha acordado de mi blog a la hora de repartir reconocimientos. Esta vez ha sido con el premio “blog amigable”.
No es fácil expresar lo que se lleva en el corazón: unas veces (las más) porque ni siquiera se intenta, y otras porque a pesar de intentarlo no se consigue (o bien porque no estamos acostumbrados a expresar sentimientos o bien porque los lenguajes que utilizamos para ello no son los mismo que utilizan nuestros interlocutores).
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A los sacerdotes, cada vez más, se nos pide que estemos ahí no tanto para hablar sino para escuchar. Pero sólo se le abre el corazón a quien se muestra receptivo, acogedor, “amigable”. (Por eso valoro especialmente el reconocimiento que acabo de recibir.)
No siempre nos gusta lo que escuchamos, pero peor sería que nos dijeran sólo “lo que nos gustaría oír”. Sería MUY MALA SEÑAL.
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Recuerdo que mi primer destino como párroco fue en cuatro pequeños pueblecitos de montaña (juntos no llegaban a sumar 90 habitantes en un día de labor).
El primer día que llegué allí era domingo y me acompañaba el anterior párroco (un franciscano ya bastante anciano).
A la salida de aquella primera misa de presentación me estaban esperando unas doce mujeres (todas las del pueblo). Una de ellas, con los brazos en jarras, tomó la palabra en nombre de todas y dijo:
- “Mire usted. Nos alegra mucho conocerle y que vaya a ser nuestro nuevo párroco. Los domingos nos va a ver a todas en misa y le agradeceremos que venga. Pero entre semana es mejor que no aparezca por aquí porque todas tenemos muchas cosas que hacer y si viene nos va a entretener de las faenas.”
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Evidentemente, aquellas mujeres SÍ sabían expresar lo que llevaban en el corazón. Y de una manera muy clara, por cierto.

Blog amigable (II)

En ese mismo pueblo, al domingo siguiente, volvieron a esperarme de nuevo todas las mujeres en la puerta de la iglesia tras la misa. La que llevaba la voz cantante quiso dejarme las cosas claras:
- “Aquí tenemos la costumbre de recoger nosotros mismos la colecta de los domingos. La contamos y la ingresamos en la cuenta de la parroquia. Si no le parece mal, lo seguiremos haciendo.”
Como siempre he sido de la opinión de que es la propia comunidad la que debe encargarse de esas cosas, la iniciativa de aquellas mujeres me pareció estupenda, y más si todos estaban de acuerdo.
De este modo, cada domingo me daban un papelito indicándome lo recaudado en la colecta anterior.
En principio, todo parecía ir bien. Pero cuando, pasado un mes, traté de poner al día la libreta, pude comprobar que en todo ese tiempo no habían ingresado ni un solo céntimo. Así, al finalizar la siguiente misa dominical, pedí a toda la asamblea que se esperasen un momento porque quería hablar con ellos y, tras quitarme las ropas litúrgicas, les expuse con toda humildad el hecho. De nuevo fueron las mujeres las que respondieron con sinceridad:
- “Mire, es que los del pueblo hemos abierto una cartilla de ahorros y estamos ingresando el dinero allí hasta que veamos de qué pie cojea usted.
No sabiendo si enfadarme o echarme a reír, les dije con una sonrisa, pero con toda claridad: “Pues ya habéis visto que ando perfectamente y que no cojeo de ningún pié, así que ya estáis ingresando el dinero donde tiene que estar.”
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Caminé con esa comunidad durante más de siete años sirviéndoles como párroco y mi relación con ellos fue entrañable, aunque nuestra relación no empezara “con muy buen pié”. Como he dicho, es fundamental conocer a las personas y sus lenguajes para poder entenderles y quererles. En el fondo, todo el mundo es "amigable" a su modo.
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¡La paz contigo!

Los curas en mi vida

Me alegra que otras personas puedan aprovecharse de mis experiencias por la vida. A mí me sucede lo mismo: pienso que una de las cosas que más me enriquecen como persona es que alguien me haga participe de sus vivencias o reflexiones (aunque no coincidan con mi forma de pensar o de percibir el mundo; para eso está ese don del Espíritu Santo que conocemos como “discernimiento”).

El otro día recibí un e-mail que me hizo pensar… y sonreír. Aquí lo dejo por si a alguien le puede interesar:

LOS CURAS EN MI VIDA
...Creo que desde que estaba en el vientre materno ha existido un cura en mi vida. El por qué y el para qué lo sé a ratos. El caso es que cada uno ha dejado su huella con sus diferentes manifestaciones y matices propios. Hoy en día, con mis cincuenta añazos, todavía hay alguno pululando en mi espíritu y por mi cocina.
...Criada en una familia católica en donde el cura era el invitado de honor, sobre todo para las meriendas con rosquillas de mi abuela, después de hacer un recuento vivencial, pienso que puedo hacer una clasificación inicial sobre los diferentes tipos de curas que he conocido. Téngase en cuenta que todos han contribuido de una manera u otra en la difícil tarea de convertirme en aprendiz de cristiana.
...Los he separado en varias categorías que a menudo se entremezclan. No se si al final la cosa quedara clara.


1- Curas heredados: son aquellos que después de ser párrocos de tus abuelos, merendar las rosquillas, casar a tus padres y bautizarte a ti, continúan en tu primera comunión, confirmación, en tu boda y en todo evento de tus hijos. Vienen a casa con más derecho que los familiares, y te responden a lo que les preguntas sin escuchar la pregunta, pero comiéndose la rosquilla. Te evangelizan después del café y rememoran momentos inolvidables para ellos. ¡Pero son tan entrañables que no puedes dejar de quererlos! aunque, siempre generalizando, sepas que son varones impertinentes. Claro que, si Dios quiere, algún día yo también seré una abuelita... ¿agridulce?


2- Curas de adolescencia: Quién no ha tenido un sacerdote que escuchara tus primeros amores con el mundo, el demonio y la carne, depositando en ti fe, caridad, esperanza. Diciéndote que eres estupenda para Dios y socialmente reinsertable en cuanto se te pase la tontera adolescente. Estos curas no sólo son necesarios sino imprescindibles en el mundo de las hormonas locas en el que todos hemos vivido.


3- Curas sorpresa: ¡Estos te dejan con la boca abierta! Jamás pensaste que los ibas a ver… ¡con tirilla! Los conocías. Sabías donde vivían, quiénes eran, y ¡cómo eran! De pronto cambian la guitarra por las guitarradas de Dios. Tocan otra música y te preguntas: ¿Este es aquel? Pues no. Es Jesús que habita en él. Suelen ser los que tienen mas paciencia con las ovejas. Debe ser por el refrán: “He sido oveja antes que pastor”. (¿O no era así?)


4- Curas de ir y venir: Son esos que te encuentras en un determinado momento de tu vida pero ni ellos mismos saben si van o vienen, y te dan ganas de decir: “Aclárate, que te veo un poco ambiguo”.


5- Curas sociólogos: Estudiantes de nuestra sociedad y su evolución, comprometidos con ella hasta el tuétano sin darse cuenta, a veces, de que la vida es una rueda y las civilizaciones se repiten con diferentes manifestaciones, porque el corazón del hombre siempre tiende a lo mismo. Claro que, para cambiarlo esta Él, y estos curas, y nosotros. Siempre le he agradecido a Dios la oportunidad de cooperar con Él en la Creación.


6- Curas adoptados: Siempre están contigo participando y compartiendo tu vida. El problema tiene que ser gordo para ellos a veces: ¿Amigo-cura o cura-amigo?, sobre todo cuando le consultas los problemas. Pero de alguna forma tienen que pagar las cenas ¿no?


7- Mujeres que valdrían para ser curas: De esto hablaremos el milenio que viene
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Me temo que, o estoy muy engañado conmigo mismo, o ya sé dónde ubicarme dentro de este elenco. ¡Es bueno saber cómo te perciben los demás!
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¡La paz contigo!

Premio Dardos (Best Blog Darts Thinker)

Recientemente Daniel Mora, colombiano afincado en Puerto Rico, ha concedido a este blog el Premio Dardos. Bello nombre para un premio, si lo que pretende es valorar la escritura incisiva que llega al corazón o al cerebro exigiendo un ejercicio de reflexión.
Sin embargo, me temo que los apuntes de este blog ni alcanzan ese objetivo ni, sinceramente, lo pretenden de forma consciente. Además, a pesar de mi creciente fascinación y gratitud por la lengua en la que me expreso y con la que comparto mis vivencias y reflexiones, cada vez estoy más convencido del valor del silencio como instrumento de comunicación.
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La noche de la Pascua, una vez concluída la Vigilia, me desplacé, desde el pueblo en el que estoy destinado, a una ciudad cercana donde se encuentra la vivienda en la que me alojo (hasta que se lleve a cabo la rehabilitación de la casa parroquial).
Era sábado por la noche y había bastante animación en las calles. El único sitio que encontré para aparcar el coche quedaba algo alejado de la casa, pero no hacía mucho frío y el paseo se presentaba agradable.
Por el camino, vi de lejos un grupo de chicas de unos 16 años que venían de frente. Una de ellas, la que parecía la líder, en cuanto me vio vestido de negro y con alzacuellos, se volvió hacia las demás e hizo un comentario que provocó las carcajadas de todas. Al llegar a mi altura, la muchacha se dirigió a mí en tono socarrón, diciendo: “¿Podría confesarme?”
Me quedé mirándole serio a los ojos, en silencio. En seguida, ella se dio cuenta de que había metido la pata y bajó la vista avergonzada. El resto de la cuadrilla mantenía también un total silencio.
Era evidente que aquellas palabras habían sido fruto de la alegría y el humor, aún no controlado, de la adolescencia. Sin decir palabra, sonreí y le hice un gesto con la mano como cuando se le indica a un niño que le vas a dar unos azotes si se sigue portando mal.
Ella entonces sonrió tímidamente y dijo con respeto: “Buenas noches, padre.”; y todas se marcharon. Por la espalda, oí como una de las muchachas trataba de decir algo, pero la líder le cortó en seco con un tajante: “¡Cállate!”. A los pocos pasos, el grupo volvía a hacerse notar con sus voces elevadas y las risas propias de la edad.
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Poco antes de llegar a la vivienda, me crucé con tres parejas de unos veintitantos años. Ya detrás de mí, uno de los chicos dijo a los demás en un tono suficientemente alto como para que yo pudiera oírle y sentirme herido: «¡Eh! ¿Ese no era un “cuelli-prieto”?» (Al parecer, hacía referencia al alzacuellos.) Era evidente que aquellas palabras las había pronunciado el alcohol o el desprecio por las creencias de los demás, y como ninguna de esas dos cosas tiene oídos (y menos, a partir de las doce de la noche), opté por no decir nada y seguir mi camino como si no lo hubiera escuchado. En este caso, fueron los propios compañeros los que le reprendieron con sequedad.
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Era la noche de Pascua.
Tal vez en otra ocasión, con un ambiente más propicio, tanto las primeras como el segundo, encuentren a alguien que pueda anunciarles con alegría que Cristo ha resucitado, que Dios es un Padre que nos ama y quiere que seamos felices compartiendo el regalo de la Vida con los demás.
Esa Buena Noticia, acogida sin prejuicios, sí que es un dardo que penetra transformando a la persona y su percepción de la vida.
Todo el que se implica en esa labor sí que es merecedor de un premio.
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¡La paz contigo!