Alguna vez ya lo he dicho: es increíble el poco cuidado que algunos curas (y obispos) ponen (¿ponemos?) a la hora de preparar las homilías. En muchos casos es la única palabra "desde la fe" que reciben los miembros de nuestras comunidades cristianas en toda la semana, y bien porque la predicación se queda en trivialidades o bien porque el lenguaje es demasiado elevado, el resultado es que la palabra del sacerdote ni ayuda a entender la Palabra proclamada ni ayuda a entender los acontecimientos del día a día de nuestra vida.
Y, sin embargo, estoy convencido de que durante la homilía la comunidad escucha con interés. Por ello, los sacerdotes somos aún más culpables de que, a la hora de interpretar la vida y los acontecimientos, acabemos dándoles, como única alternativa asequible, la interpretación parcial e interesada de los diferentes "gurús" de los medios de comunicación.
Son múltiples las veces que yo, como oyente, me he indignado por lo que escuchaba de un hermano sacerdote:
- Recuerdo al obispo que durante unas ordenaciones sacerdotales debió coger por error otra homilía diferente de su despacho y nos leyó, sin pestañear, un discurso sobre las misiones en África, sin hacer la más mínima referencia al sacramento del orden ni a los jóvenes que se ordenaban.
- Recuerdo también al sacerdote que, al empezar la homilía durante un funeral, se quitó el reloj de la muñeca, puso la alarma y lo colocó sobre el ambón. Después comenzó a decir frases genéricas e inconexas, imposibles de unir para captar un mensaje coherente. En mitad de una frase, sonó la alarma del reloj y, sin acabar siquiera aquella frase, pidió a la asamblea qeu se pusiera en pié para comenzar la oración de los fieles.
- Recuerdo al docto predicador invitado por una parroquia, que en mitad de las fiestas patronales nos facilitó a todos una impresionante cantidad de fechas y datos biográficos sobre San Antonio de Padua, lo cual dejó al auditorio totalmente perplejo y sin saber qué decir, pues el patrono al que celebraban era San Antonio Abad (que vivió casi 1.000 años antes que el famoso santo franciscano). No podía haber error, pues la imagen de "San Antón" (con cerdo y todo), presidía la celebración. Pero el predicador no consideró oportuno modificar ni una sola coma de su homilía ¡con el trabajo que le había supuesto prepararla!
- Recuerdo al obispo que, invitado a predicar en las fiestas patronales de la segunda ciudad en tamaño de su diócesis, y posiblemente ante la imposibilidad de preparar debidamente la homilía, repitió la que había predicado unos días antes en las fiestas de la capital. Eso sí, previamente hizo la siguiente introducción: "A los que estuvisteis en la misa de San... en... , las palabras que os voy a dirigir os sonarán. Pero es porque vosotros, en esta ciudad, sois tan importantes como los que viven en la capital, y tenéis derecho a escuchar lo mismo que escuchan ellos: ni más ni menos." Y, curiosamente, consiguió un aplauso lleno de agradecimiento por parte de todos los asistentes. ¡Y es que, cuando se nos alimenta la vanidad...!
Pero sin duda, la homilía que más me hace reír cada vez que la recuerdo o la comparto, es aquella predicada hace ya años durante la festividad de Santiago Apóstol, Patrón de España. El sacerdote, siguiendo las antiguas normas de homilética tradicional, elevando progresivamente la voz y respetando los silencios suspensivos, proclamó:
"Y es que nuestro Señor entregó lo que más quería a aquellos que más quería:
A Pedro... su Iglesia.
A Juan... ¡su Madre!
Y a Santiago... ¡SU ESPAÑA!"
Sobran comentarios.
¡La paz contigo!
Nota: Si he sido demasiado ácido o hiriente en esta entrada, tienes todo el derecho del mundo de criticarme, pero sinceramente... ¡Cuántas oportunidades perdemos de anunciar vivamente el mensaje cristiano (en lugar de simplemente cumplir)!
Y supongo que yo el primero.
Y, sin embargo, estoy convencido de que durante la homilía la comunidad escucha con interés. Por ello, los sacerdotes somos aún más culpables de que, a la hora de interpretar la vida y los acontecimientos, acabemos dándoles, como única alternativa asequible, la interpretación parcial e interesada de los diferentes "gurús" de los medios de comunicación.
Son múltiples las veces que yo, como oyente, me he indignado por lo que escuchaba de un hermano sacerdote:
- Recuerdo al obispo que durante unas ordenaciones sacerdotales debió coger por error otra homilía diferente de su despacho y nos leyó, sin pestañear, un discurso sobre las misiones en África, sin hacer la más mínima referencia al sacramento del orden ni a los jóvenes que se ordenaban.
- Recuerdo también al sacerdote que, al empezar la homilía durante un funeral, se quitó el reloj de la muñeca, puso la alarma y lo colocó sobre el ambón. Después comenzó a decir frases genéricas e inconexas, imposibles de unir para captar un mensaje coherente. En mitad de una frase, sonó la alarma del reloj y, sin acabar siquiera aquella frase, pidió a la asamblea qeu se pusiera en pié para comenzar la oración de los fieles.
- Recuerdo al docto predicador invitado por una parroquia, que en mitad de las fiestas patronales nos facilitó a todos una impresionante cantidad de fechas y datos biográficos sobre San Antonio de Padua, lo cual dejó al auditorio totalmente perplejo y sin saber qué decir, pues el patrono al que celebraban era San Antonio Abad (que vivió casi 1.000 años antes que el famoso santo franciscano). No podía haber error, pues la imagen de "San Antón" (con cerdo y todo), presidía la celebración. Pero el predicador no consideró oportuno modificar ni una sola coma de su homilía ¡con el trabajo que le había supuesto prepararla!
- Recuerdo al obispo que, invitado a predicar en las fiestas patronales de la segunda ciudad en tamaño de su diócesis, y posiblemente ante la imposibilidad de preparar debidamente la homilía, repitió la que había predicado unos días antes en las fiestas de la capital. Eso sí, previamente hizo la siguiente introducción: "A los que estuvisteis en la misa de San... en... , las palabras que os voy a dirigir os sonarán. Pero es porque vosotros, en esta ciudad, sois tan importantes como los que viven en la capital, y tenéis derecho a escuchar lo mismo que escuchan ellos: ni más ni menos." Y, curiosamente, consiguió un aplauso lleno de agradecimiento por parte de todos los asistentes. ¡Y es que, cuando se nos alimenta la vanidad...!
Pero sin duda, la homilía que más me hace reír cada vez que la recuerdo o la comparto, es aquella predicada hace ya años durante la festividad de Santiago Apóstol, Patrón de España. El sacerdote, siguiendo las antiguas normas de homilética tradicional, elevando progresivamente la voz y respetando los silencios suspensivos, proclamó:
"Y es que nuestro Señor entregó lo que más quería a aquellos que más quería:
A Pedro... su Iglesia.
A Juan... ¡su Madre!
Y a Santiago... ¡SU ESPAÑA!"
Sobran comentarios.
¡La paz contigo!
Nota: Si he sido demasiado ácido o hiriente en esta entrada, tienes todo el derecho del mundo de criticarme, pero sinceramente... ¡Cuántas oportunidades perdemos de anunciar vivamente el mensaje cristiano (en lugar de simplemente cumplir)!
Y supongo que yo el primero.