Apostando por el futuro

Recientemente he asistido a un homenaje a un deportista "de élite" español. En el momento en que él agradecía a sus padres todo lo que de ellos había recibido y todo el apoyo que le habían dado, me he emocionado por los recuerdos.

Vino a mi memoria el momento en que mi compañera de pupitre en clase (no recuerdo si ella había cumplido ya los 18 años), me dijo en tono confidencial: "¿Sabes? Estoy embarazada." E inmediatamente, con una sonrisa, como consciente de que había tomado la decisión correcta, añadió: "Y mi novio y yo hemos decidido tener el niño." (En aquel tiempo, las leyes no permitían el aborto, pero siempre había medios para "resolver el problema".)
No tuvo que ser fácil, ni para ella ni para él, y sin duda no lo habrían conseguido sin el apoyo de sus respectivas familias, pero entre ilusiones y temores sacaron adelante aquella nueva vida, y actualmente toda España aplaude con orgullo los éxitos de aquel niño, hoy hecho un hombre.

De haber ocurrido en la actualidad, mucho me temo que los valores y criterios con los que son bombardeados los jóvenes hoy día (tanto desde los medios de comunicación como desde las nuevas orientaciones educativas) y la presión social (tan fuerte o más que hace 25 años, pero en sentido contrario), habrían impedido que la vida de ese niño se hubiera desarrollado.

¡La paz contigo!

"Profesionales"

La crisis económica está provocando que mucha gente tenga que apoyarse en los demás para "tirar adelante". No son pocos los que se ven obligados a acercarse a la Iglesia para solicitar una ayuda.
El problema es que, junto con aquellos realmente necesitados, las parroquias están siendo visitadas, cada vez con más frecuencia, por gente que, aprovechando lo sensibilizada que está la sociedad con esta crisis, se han convertido en "profesionales de la mendicidad".

Ante todo, debo explicar que, dado el alto índice de inmigración en el pueblo, ya desde hace años funciona en la parroquia, a través del grupo de Caritas, un servicio de ropero y recogida de objetos de segunda mano (además de ropas, muebles, papel y cartón, juguetes...). También, cuando alguien quita la cocina de butano para poner gas-ciudad o vitro-cerámica, los vecinos están bastante concienciados y llevan a la parroquia sus bombonas (llenas o vacías) por si alguien puede utilizarlas. Lo cierto es que, especialmente en invierno, las bombonas de butano apenas permanecen en nuestras manos un par de días, antes de que tengamos conocimiento de alguna familia sin recursos que la puedan necesitar. Por ello, en lugar de llevarlas al almacén, simplemente se guardan en el descansillo de la escalera, entre el primer piso y el alto (para que tampoco estén a la vista de todo el que se acerca al despacho o a los salones parroquiales).

La semana pasada, estando por la tarde trabajando en el despacho (en el primer piso del edificio parroquial), oí en la escalera el ruido característico que provoca una bombona de butano al rozarse contra el suelo. Supuse que sería la encargada de Caritas y, como tenía que hablar con ella, salí rápido hacia la escalera llamándole en voz alta.
Cual fue mi sorpresa cuando, en el rellano entre el primer piso y la planta baja, me encontre una bombona de butano, y medio asomada en la puerta de la calle, una mujer de raza gitana con dos niños arapientos, que rápidamente entró y me pidió que le diese "una ayudita".
Me dirigí enfadado a la mujer, que no era del pueblo, y directamente le pregunté qué hacía esa bombona de butano en mitad de la escalera. Ella, con cara de indignación, me dijo que no sabía nada porque acababa de llegar.
Uno de los niños, de unos 7 años, empezó entonces a sacudir a su madre el delantal que llevaba, tratando de limpiarle las inconfundibles manchas de color naranja que te quedan cuando te rozas con una bombona de butano. Así se lo indiqué a la mujer, pero ella comenzó a dar gritos tratando de negar lo evidente, diciendo que aquello eran manchas de los "ganchitos" del niño (palitos de maíz con queso, también de color naranja), y volvió a insistir en que "le diese algo".
La otra niña, un poco más mayor, seguía en la puerta, mirando hacia la calle con atención. Su actitud hizo que me asomase yo también por la puerta, y vi a un hombre que, desde una furgoneta en marcha, les estaba haciendo señas con el brazo para que volviesen sin perder tiempo. Lo curioso es que la furgoneta era totalmente nueva (no llevaría en circulación ni una semana, pues le brillaban hasta los tapacubos y las ruedas sin estrenar). Aquel vehículo no encajaba con el aspecto desaliñado y los vestidos rotos de los niños.
Ya empezando a perder la paciencia, le dije a la mujer: "¿Por qué no hace caso a su marido y se marcha de una vez?".
Ella, viendo que no tenía nada que hacer allí, dijo con tono descarado: "Vamos, que ni me va a dar nada ni puedo llevarme la bombona, ¿no?". Y se marchó con toda la desfachatez del mundo, riéndose ella y los niños.

Ciertamente, cuánto influyen estos "profesionales de la mendicidad" en que después miremos a los auténticos necesitados con recelo.

¡La paz contigo!